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La aceptación de lo inaceptable.

Entrada de reflexión: Vivimos tiempos convulsos, y yo no pudo evitar sentirme cada día más rota y desesperanzada. Lo verdaderamente preocupante de nuestro tiempo no es únicamente la persistencia de guerras, el avance del racismo y la xenofobia o la multiplicación de las desigualdades. Lo más preocupante es la normalización que la sociedad está haciendo de todo ello. La violencia y el sufrimiento humano han dejado de ser acontecimientos extraordinarios para convertirse en parte del flujo cotidiano de información. Vemos imágenes de ciudades destruidas, familias huyendo, niños heridos, y sin embargo las consumimos como un contenido más, situado entre anuncios publicitarios o el último reto viral. El horror ya no interrumpe la rutina: convive con ella. Y en esa normalización es donde radica la derrota más profunda, la aceptación de lo inaceptable . El odio, del mismo modo, ha adquirido carta de legitimidad. Discursos que antes habrían sonado intolerables, hoy se presentan como simples ...

Cuando suben las rentas, pero no la vida.

Hace poco me encontré con un titular que me hizo reflexionar:

“El salario real de los españoles solo ha subido un 2,7% en los últimos 30 años”.

Y me vino a la cabeza una imagen que muchas personas jóvenes comparten hoy: la sensación de estar atrapados en un ascensor social averiado, ese que permitió a nuestros padres y abuelos subir peldaños -con mucho esfuerzo- y que ahora parece haberse quedado atascado para nosotros.

Se suele decir que las generaciones anteriores lo tuvieron más difícil. Muchos de nuestros padres o abuelos no pudieron permitirse estudiar, aprender idiomas, ir a la universidad. Empezaron a trabajar siendo muy jóvenes, muchas veces en empleos precarios o de muy baja cualificación. Pero, a pesar de eso, con el tiempo lograron comprar una vivienda, formar una familia, tener cierta estabilidad económica. La educación pública, que fue ampliándose y consolidándose, nos permitió a las siguientes generaciones acceder a estudios superiores y, supuestamente, a mejores oportunidades que nuestros padres y abuelos.

Pero entonces, ¿por qué ahora que estamos más formados que nunca, parece que llegamos a menos?

La educación ya no garantiza lo que antes sí ofrecía: una vida mejor, o al menos, en un contexto desarrollado como es el caso de España, donde el ascensor social parece que lleva averiado bastante tiempo.

Podemos llamarlo precariedad, estancamiento, desigualdad. El nombre es lo de menos. Lo que importa es la realidad: la generación más preparada de la historia no llega. No llega a una vivienda digna, a una estabilidad laboral, a la independencia. En teoría, lo teníamos todo para vivir mejor que las generaciones anteriores. Pero la teoría no paga el alquiler.

Y mientras acumulamos títulos, másteres y certificados, muchos no pueden acceder a lo que antes parecía más sencillo: una casa, un trabajo estable, un coche, hijos… un futuro.

¿Cómo es posible que la generación más formada de la historia este peor que las previas?

No hace falta irse 30 años atrás para ver cómo se ha ido deteriorando la situación. Basta con mirar algunos datos de los últimos 10 años. A partir del Atlas de Distribución de Renta de los Hogares, elaborado por el INE, se pueden obtener datos de renta desde 2015 con un gran nivel de detalle (sección censal).

El primer mapa que muestro a continuación representa la variación de la renta neta (descontados impuestos y cotizaciones) por hogar entre 2015 y 2022. A primera vista, el mapa parece mostrar una realidad bastante positiva: gran parte del país aparece teñido de verde, lo que sugiere que en la mayoría de las secciones censales las rentas netas medias de los hogares han aumentado, e incluso en muchos casos, con aumentos superiores al 20%. Por tanto, si solo miramos este mapa o nos quedamos con estos datos, parecería que todo va bien, que la gente parece ganar más.


Fuente: Atlas de Distribución de Renta de los Hogares del INE (elaboración propia).

Pero la realidad es otra.

Durante esos años, especialmente a partir de 2021, el coste de vida se ha disparado. Los precios de la energía, la alimentación, el alquiler… todo ha subido a un ritmo muy superior al de los salarios. Por eso, si en vez de fijarnos en el mapa anterior, nos fijamos en uno que tenga en cuenta el aumento del coste de vida, los colores cambian. En el siguiente mapa se muestra, de nuevo, la tasa de variación entre los años 2025 y 2022, pero esta vez, ajustando las rentas de 2022 por inflación, para que así, la comparación con el 2015 sea de verdad, real.

Ahora tenemos un mapa donde el verde se ha reducido drásticamente y donde comienzan a aparecer en rojo muchas secciones censales. En muchas partes del país, los hogares no solo no han mejorado: han perdido renta real.

Se podría decir por tanto que, “ganamos más euros… pero esos euros dan para menos”.

Y esto, como siempre, no afecta a todos por igual. En una de las zonas donde más se ha notado esto es en las ciudades, donde el coste de vida ha subido con más fuerza. Si, por ejemplo, hacemos zoom sobre el municipio de Madrid, se puede ver con claridad. Si no tenemos en cuenta la evolución del coste de vida, el mapa es verde (izquierda), y parece, por tanto, que la renta de los hogares ha crecido en todas partes. Sin embargo, cuando ajustamos por inflación (derecha), el mapa cambia radicalmente.

Municipio de Madrid.

Fuente: Atlas de Distribución de Renta de los Hogares (elaboración propia).

Los mapas que hemos visto —la evolución de la renta media neta por hogar, ajustada por inflación— nos muestran una realidad clara: en muchas zonas del país, especialmente en áreas urbanas, los hogares tienen hoy menos poder adquisitivo que hace siete años.

Este deterioro no es evidente si solo se miran los ingresos en euros corrientes. Pero una vez que se tiene en cuenta el encarecimiento del coste de vida, la imagen cambia drásticamente: lo que parecía crecimiento, en muchos casos, es pérdida de bienestar económico.

Este análisis no nos permite decir qué generaciones están peor que otras, ni quiénes han subido o bajado en la escala social (esto lo dejamos para otro análisis). Pero sí pone en cuestión un discurso muy extendido: la idea de que basta con formarse, esforzarse y esperar para que las cosas vayan mejor. Algo no está funcionando.